A menudo, cuando hablo con alguien e intento explicarle como era el sitio sobre el que encontramos situados hace unos cuantos miles de años –o millones- normalmente suelo encontrarme con una cara de sorpresa e incredulidad bastante clara.
Es la misma situación que cuando hablamos de cientos de millones de euros… ¿Existen todas esas cantidades de billetes y monedas?
Si ya el simple hecho de salir de la escala temporal humana e intentar trasladar los hechos y situaciones a una escala geológica supone un verdadero problema, imaginemos el problema si además tenemos que usar escalas de dimensiones astronómicas, lejos de las convencionales unidades de kilómetros.
Si además añadimos que la esfera celeste parece una continua armonía repetitiva de estrellas, planetas, la Luna y el Sol girando en un carrusel sin mayor ocurrencia de grandes eventos salvo los eclipses y algún objeto que se “cuela” de vez en cuando en nuestro cielo, aun parece más complicado imaginar que lejos de esa historia de paz se esconde una agitada actividad…
Todo esto viene a raíz del descubrimiento de un nuevo impacto sobre la superficie gaseosa de Júpiter el pasado día 19 de Julio, coincidiendo (casi) con el quince aniversario de la colisión de los fragmentos del cometa Shoemaker-Levy 9.
Pero la historia no comienza aquí, sino cuando la noche del 24 de Marzo de 1993 se descubre en unas fotografías tomadas con el telescopio de 0.4 m. de diámetro del Monte Palomar un cometa con aspecto poco usual, como si estuviese constituido por varios núcleos, dando una apariencia alargada.
Tras este descubrimiento se procedió al estudio de la órbita de este, descubriéndose que en realidad orbitaba a Júpiter con un periodo de dos años. Siguiendo el movimiento de este se descubrió que probablemente fuese capturado por Júpiter a mediados de los 60 o principios de los 70.
Su fragmentación probablemente se debió a la cercanía con la que se acercó a Júpiter el día 7 de Julio de 1992, a una distancia de tan solo 40.000 sobre la atmosfera, lo suficientemente cerca para que las fuerzas de marea fuesen suficientes para romperlo en trozos.
De estos fragmentos se estimó que el radio total del núcleo antes de su ruptura sería de aproximadamente unos 5 kilómetros.
El primer impacto sucedió el día 16 de Julio de 1994, cuando el fragmento A se estrelló contra la atmósfera joviana a unos 60 km/s. Tras este, en los siguientes 6 días, un total de 21 otros fragmentos se estrellaron contra la atmosfera.
Seguramente no era la primera vez que Júpiter había recibido el impacto de otros objetos ya que debido a su enorme tamaño y masa es capaz de capturar objetos con relativa facilidad. De hecho sobre Ganímedes y Calixto se observan cadenas de impacto que probablemente fuesen provocadas por trenes de cometas o asteroides despedazados por la enorme fuerza de marea de Júpiter.
Lo realmente curioso es que 15 años después volvamos a observar un choque contra Júpiter, pero esta vez sin previo aviso. El pasado día 19 de Julio el astrónomo aficionado Anthony Wesley descubrió mientras tomaba unas imágenes de Júpiter con su telescopio de 36 cm. Una nube circular de color negro sobre la atmósfera de este que no se correspondía aparentemente con una tormenta de nueva formación por el color oscuro.
Así que tras enviar la información al JPL este decidió realizar las pertinentes observaciones que confirmaran la hipótesis del impacto, lo que quedó claro en las imágenes en el infrarojo. Lo que aún no ha quedado claro es el origen cometario o asteroidal que se deducirá de las observaciones espectroscópicas.